2 de noviembre. Día de los Fieles Difuntos ¡Vivimos en Dios!

En las catacumbas, sepulturas cristianas de los primeros tiempos, aparecía una frase escrita que es el mejor deseo que podemos tener para una persona que ha fallecido: ¡Vive en Dios!
Nuestra fe no nos quita el sufrimiento de perder a los seres queridos. Nos rompemos ante la pérdida, Jesús mismo lo hizo ante la muerte de su amigo Lázaro.
Esta es nuestra fe y nuestra esperanza: que más allá de la ruptura terrible que nos supone la muerte de nuestros seres queridos, estamos llamados a compartir una vida plena y definitiva: la misma vida de Dios.

Sin esta certeza no tendría sentido nuestra fe. Forma parte del mensaje central del cristianismo: Jesús murió y resucitó por nosotros, para darnos la Vida.
No podemos ni imaginar cómo será esa vida, pero eso no es lo importante. Lo importante es que “estaremos siempre con el Se-ñor” (1 Ts. 4, 17) y “le veremos tal cual es.” (1 Jn. 3, 2) ¿Qué puede haber más maravilloso?

Hoy 2 de noviembre, rezamos por los que nos han precedido en la vida y en la muerte, pero que tenemos la certeza de reencontrar en el abrazo de Dios. El mejor regalo que les podemos hacer es nuestra oración.
Para la visita al cementerio en estos días o para rezar unidos en casa por nuestros difuntos, podemos encender una vela y afirmar nuestra fe en la Resurrección. Os proponemos esta oración para esta ocasión:

Te rogamos Señor que recibas en tu reino a N. y N. (decimos los nombres) y a todos los difuntos de nuestras familias; y que acojas e ilumines con la claridad de tu rostro a todos los que han muerto en la esperanza de la resurrección. Amén.

El Señor nos conceda el perdón de nuestras culpas a los que vivimos en este mundo y otorgue a los que han muerto el lugar de la luz y de la paz. Amén.

Dales, Señor, el descanso eterno. Y brille para ellos la luz perpetua.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Hablamos de nuestros seres queridos, familiares, amigos, bienhechores… pero no nos olvidemos de rezar y acompañar con la oración a aquellos, los olvidados, que no tienen a nadie que ore por ellos.