“Sucedió, pues, un día en que oraba de este modo, retirado en la soledad, todo absorto en el Señor por su ardiente fervor, que se le apareció Cristo Jesús en la figura de crucificado. A su vista quedó su alma como derretida; y de tal modo se le grabó en lo más íntimo de su corazón la memoria de la pasión de Cristo, que desde aquella hora -siempre que le venía a la mente el recuerdo de Cristo crucificado- a duras penas podía contener exteriormente las lágrimas y los gemidos, según él mismo lo declaró en confianza poco antes de morir. Comprendió con esto el varón de Dios que se le dirigían a él particularmente aquellas palabras del Evangelio: Si quieres venir en pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme.”

(Leyenda Mayor de San Buenaventura, cap. I, 5)

El día que leí esto despacio y viendo qué significaba y cómo lo vivia san Francisco, me di cuenta de que yo no era muy consciente realmente de la Pasión de Cristo. Todos hemos llorado en alguna escena de películas en las que se reproducen las escenas de la Pasión. Pero también de otras tantas películas con escenas emotivas… eso es, emoción, sentimiento. Pero esto va mucho más allá.

La noche que toqué por primera vez la Roca de la Agonía, en Getsemaní, aquella piedra fría y rosa, sobre la que Jesús sudó sangre la víspera de derramarla por nuestra salvación, creo que lo que sentí no era solamente “sentimiento”. La segunda vez, en aquel Huerto de los Olivos, en la oscuridad de la noche, cuando volví a entrar y a tocar reverencialmente y en silencio esa roca, supe que en efecto no era “sentimiento.” Aún así, no se parece ni de lejos a lo que vivió san Francisco, pero creo me hace intuir y acercarme a lo que pudo vivir. No era sentir. Fue un trasladarse en el tiempo (en el espacio, ya estaba) y era revivir en mi cuerpo y en mi alma el sentimiento de abandono, de soledad, de fracaso, de miedo y finalmente de confianza ciega, que hoy tengo la oportunidad de vivir en las cosas cotidianas de mi vida. Pero insisto, muy lejos de lo que debió vivir y describe san Francisco.

¿Quién de nosotros ha llegado a gemir de dolor ante el Cristo crucificado? ¿Quién le ha abrazado en la Cruz?

Hay dos momentos de la vida de Cristo que siempre aparecen unidos a Francisco: su Nacimiento: que contempla con gran ternura y gozo, y que quiso celebrar, revivir y conservar a través del pesebre que hizo preparar en Greccio, y cuya tandición ha llegado hasta nuestros días; y el momento de la Pasión y crucifixión, que tomó como algo casi vivido en primera persona, convirtiéndose en un Alter Christus, otro cristo. Y que abrazándole crucificado, dio lugar al llamado “abrazo franciscano”, que todos deberíamos imitar. Y culminó en el momento en que el propio Cristo le imprime sus llagas en su cuerpo.

Tanto se unió a Él en la cruz, que el Señor le concedió acabar traspasado por los clavos y la lanza, como Él.

Después de esto, ¿cómo puedo vivir mi Semana Santa como una más? ¿Simplemente recordando lo que pasó hace 2000 años y pico? Eso es vacío para un cristiano. Eso lo puede hacer cualquiera y con cualquier hecho histórico que se celebra.

Nosotros con-memoramos y re-vivimos, actualizamos la experiencia de su sacrificio, como en cada Eucaristía. No es pasado, es presente.

Le pido al Señor la gracia de hacerme consciente de cada momento de estos días. He ido viviendo la Cuaresma día a día, mejor o peor, pero sabiendo cada día que iba andando una jornada de ese camino que nos conduce a Jerusalén. Si ahora no soy capaz de abrazar al menos la cruz de cada día, o de mirar esa cruz con fe, no podré estar con Él ni siquiera al pie de la Cruz. San Francisco pone el listón muy alto, ya todos sabemos de su radicalidad evangélica, pero nos da la pista y nos indica el camino. Va dejando huellas por las que nos hace más fácil el seguimiento de Cristo.

Todo es gracia y todo es don, y a nosotros se nos da el de poder seguir esas huellas. Francisco vivió y se entendió a si mismo como un salvado por la fe, y dedicó su vida a la salvación de las almas.

Que el Señor nos conceda, celebrar y actualizar nuestra salvación, siguiendo su camino esta Semana Santa, mirando la Cruz con fe, ya que quedamos justificados por esa misma fe en Jesucristo, y resucitando de ese modo con Él, en esta próxima Pascua.

María Rosa Puente
Laica TOR
Cuaresma 2022

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